
Hace 5500 años, en un pequeño poblado rodeado de marismas, con muchas de sus casas construidas sobre pilotes alguien planto un pequeño seto; eran doce plantas ordenadas en dos hileras. No sabemos si lo disfrutaría durante mucho tiempo ya que algo sucedió y aquel poblado fue abandonado y progresivamente cubierto por capas y capas de sedimentos.
Quedó oculto y sellado bajo tierra hasta que en el año 2001 un equipo de arqueólogos decidió excavar la ladera de una montaña en la costa este de China, en la provincia de Zheijan y encontraron los restos del poblado y del seto.
Tras unas primeras indagaciones se determinó que era un seto de camelias y que habían sido plantadas entre los años 3500 y 3360 adc. El alto porcentaje en las raíces de L-Theanina, un aminoácido muy interesante (ayuda al cerebro humano a concentrarse y a realizar trabajos complejos con mayor precisión) es característico de la familia de las Theaceas y en concentraciones altas es propio de la Camelia sinensis, es decir de la planta del té.
Sabemos muy poco de los orígenes del té, pero lo que sabíamos es que ese seto no debería de estar, al menos allí.
Hasta este descubrimiento se suponía que el cultivo habría comenzado unos cuantos siglos más tarde y mucho más al sur-oeste, en las actuales provincia de Sichuan o Yunnan. Sea quien fuera la persona que lo plantó ha creado un pequeño lio, tanto por lo que se refiere a adelantar en un par de miles de años el inicio del cultivo del té, como por extender enormemente el área geográfica del mismo. Por no respetar no respetó ni el relato mitológico según el cual sería el emperador Shen Nung el que descubriría el té al sentarse bajo un árbol a cocer agua hacia el año 2737 adc.
¿Qué es lo que sabemos del origen del té?
Tenemos algunos restos arqueológicos de ofrendas halladas en tumbas de los siglo I adc y III dc que nos hacen pensar que era un producto conocido, que tenía algún prestigio y al que se le suponía alguna utilidad. También tenemos textos, que se van haciendo más frecuentes a partir del siglo I dc, en los que suponemos que se menciona el té. Son sobre todo tratados medicinales o herbarios. En ellos aparece una planta que podía usarse como bebida o como sustancia para hacer pócimas, medicinas o caldos y que podría tratarse del té. Todos ellos (restos arqueológicos y textos) , junto con los estudios de paleobotánica, situaban el origen de las plantas de té en una antigüedad muy remota en la zona selvática situada al norte de la India, Burma o Laos y el sur de lo que hoy es China. Allí habría comenzado siendo recolectada directamente de las plantas salvajes y usada por diversas tribus, bien para mascarla o para usarla como especie o condimento. Nada se sabe de cuando se comenzó a cultivar de manera específica, ni de como se preparaba y conservaba en sus orígenes.
Hasta el siglo VIII uno de los problemas con los textos en los que suponemos que se menciona el té es que se usan diferentes palabras – tu, jian, ming- para referirse a él (quizás para distinguir entre la planta y algún tipo de preparación con ella). Pero son palabras que también podrían referirse a otras plantas. Habrá que esperar hasta finales del siglo VIII cuando desde la corte imperial Tang se decrete que a partir de entonces té se llamará Cha y se escriba así . (Imagen)
Para entonces el té ya era una bebida lo bastante extendida y popular en el sur de lo que hoy es China como para que fuese considerada “típica” de la zona y como algo distinto a lo que se bebía en otras regiones del centro y del norte. Había diversas calidades y al menos tres “presentaciones”: té en hojas, te pulverizado y té prensado en formas diversas. El té no dejaba de ser una bebida más que se consumiría principalmente por sus propiedades medicinales y estimulantes.
Así seguirá hasta que coincidiendo con el apogeo cultural y el turbulento final de la dinastía Tang, tuvieron lugar dos fenómenos que serán fundamentales para la difusión y el prestigio del té. El primero es que en la segunda mitad del siglo VIII las más diversas circunstancias hicieron que se reunieran un grupo de intelectuales y altos funcionarios que crearon un grupo de gran influencia que dominaba las dos armas más poderosas para la difusión de una idea en la china del siglo VIII: La poesía y las tertulias. Y una parte de ellos eran grandes conocedores y amantes del té.
El segundo fenómeno es la adopción del té como bebida de confucianos, taoistas y Budistas. Es decir, las tres principales religiones o escuelas de pensamiento chinas se dieron cuenta de lo adecuado del té para mantenerse despierto durante las horas de meditación, rezo y estudio; y también de que era una buena alternativa al alcohol. Los monasterios se convirtieron en lugares donde se cultivaba, procesaba y en los que se encontraban algunos de los tés más exquisitos y numerosos maestros en su preparación.
Ambos grupos, monjes e intelectuales, coincidieron en un interés y un placer común: el té. Y ambos se dedicaron a la elaboración de una estética, rituales e incluso a establecer una ética de su consumo. El té pasó de ser mencionado de manera casi exclusiva en tratados de dietética y medicina a aparecer también en poemas y obras especializadas que reclaman un nuevo tratamiento, mucho más respetuoso, y una mayor atención a la calidad, la trascendencia, la ética y estética del té.
Dentro del grupo de los intelectuales destaca Lu Yu (733-804). Es un personaje singular; erudito y escritor muy prolífico. De origen humilde y vida rocambolesca se hizo famoso por su enorme cultura. Hacia el año 760 ya debía de tener terminado un libro que tituló Cha jing o “Clásico del té”. El libro, que es un pequeño manual que pretende abarcar de manera somera pero seria todos los aspectos del té, supuso una pequeña revolución y dio un impulso definitivo para su consagración como bebida de las élites. En otro post hablaré sobre este libro.
Próximo en el tiempo y geográficamente a la publicación del Cha Jing nacía Lu Tung (775-835 adc) quien a pesar de ser rico, de buena familia y muy culto vivía por decisión propia como un heremita. Cierto día lo despertaron cerca de las doce de la mañana dando golpes en la puerta. Cuando salió a ver quien le despertaba “tan pronto” se encontró a un oficial que le traían un regalo de parte de Meng Chien, un altísimo funcionario de la corte Tang. Era una enorme cantidad de pequeñas pastillas en forma de luna, de un té llamado Yang -Hsien. Se trataba, desde cualquier punto de vista, de un acontecimiento.
Sabemos la hora, quien llamaba y que es lo que le traían por que nos lo cuenta el propio Lu Tung en un poema famoso. El poema que se llama ” Rápido escrito para dar las gracias al Gran Maestro Censor Imperial Meng por mandarme el nuevo Té” pero se conoce habitualmente como la “Oda del té”. Hacia la mitad de este poema se encuentran unos versos que se citan continuamente y de los que hay numerosas y diversas traducciones:
El primer cuenco humedece mis labios y garganta
El segundo cuenco sacude mi aburrimiento y mi melancolía
El tercer cuenco recorre mis marchitas entrañas
sin encontrar otra cosa que cinco mil rollos escritos
El cuarto provoca un ligero sudor
que se lleva las injusticias de la vida a través de mis poros
El quinto cuenco purifica los músculos de mi cuerpo
El sexto cuenco me hace uno con los espíritus alados inmortales
El séptimo cuenco no necesite beberlo
simplemente sentí el impulso de un viento puro bajo mis alas
¿Dónde está el Monte Penglay, morada de los inmortales?
El Yang -Hsien era realmente un té famoso y muy especial. Las calidades más altas eran propiedad exclusiva del emperador y las siguientes se distribuían entre los miembros de su familia, de la corte y altos funcionarios. Meng había conocido a Lu Tung en su cabaña de la montaña cuando lo desterraron brevemente de la corte. Durante su estancia en la montaña Meng y Lu Tung habían hecho buenas migas y este regalo era, a parte de una forma de presumir entre ricos sibaritas amantes del té, una buena muestra de amistad.
El Yang-hsien ya era considerado como un te superior ya en el siglo I durante la dinastía Han y el propio Lu Yu lo mencionaba en el Chajing como un te superior con una “agradable fragancia.” Su elaboración era peculiar:
Poco después de la celebración del Año Nuevo el prefecto de Huochou mandaba reparar las carreteras que servían para dar acceso desde el valle a la montaña donde crecía el té. Por ellas debían transitar primero los miles de trabajadores que se empleaban en la recogida (ya que solo se recogía en días perfectos, que no eran muchos, así que se necesitaba a mucha gente para hacerlo). Más tarde llegarían los eunucos, enviados de palacio para controlar el proceso, y el resto del personal necesario para alojar y mantener a toda esta pequeña población que podía superar con creces las 20.000 personas.
La recolección se hacía en días propicios durante el segundo mes lunar: Se empezaba de madrugada con un pequeño ejército de recolectores, fundamentalmente femenino, hasta aproximadamente el mediodía. Las hojas pasaban a ser secadas con un calor intenso por medio de una especie de tostadores, para ser luego pulverizadas y hacer una pasta que se introducía en moldes que se dejaban secar hasta que se endurecía. Al finalizar el proceso el té era empaquetado minuciosamente; primero en finas hojas de papel, luego en bolsas de seda y finalmente depositado en cajas laqueadas. Una vez hecho todo esto las cajas se enviaban a toda velocidad al palacio.
El primer envío no solía disponer de más de diez días para recorrer una distancia superior a los 1500 km que separaba Houchou, en la provincia de Jiangsu, de la capital Changan (actual Xian). Una vez que llegaba a Changan las cajas de té eran escoltadas al palacio y depositadas en el tesoro privado del emperador.
El plazo de entrega lo marcaba el Festival de la Pureza y el Brillo, que se celebraba el quinto día del tercer mes lunar. Durante esas celebraciones los emperadores Tang llevaban a cabo una ofrenda anual en honor de sus antepasados de la que este té era parte fundamental.
El encargado de prepararlo era el Maestro del Te: Después de sacar de su envoltorio de sedas y papel la pieza que iba a utilizar, la cogía cada con unas pinzas y lo tostaba encima de un pequeño brasero. Cuando estaba tostado y flexible lo molía y cribaba hasta que quedaba convertido en un polvo tal fino como la harina de arroz. Mientras se había puesto agua en un caldero y se vigilaba hasta que alcanzaba el segundo estadio de la ebullición, momento en el que se sacaba un poco de agua. Se añadía entonces una pizca de sal y se dejaba que volviese a hervir. En ese momento se removía para crear un remolino al que se añadía el té finamente pulverizado. Sobre este remolino espumoso de agua y te se echaba el agua que habíamos separado antes para atemperarlo. El té ya estaba listo; se servía en cuencos en los que, si estaba bien hecho, tenía que haber una consistente capa de espuma. El maestro entregaba el cuenco al emperador que lo elevaba a modo de saludo ceremonial y daba el primer sorbo. Este saludo y el primer sorbo marcaban el inicio oficial de la primavera.
Porque como decía Lu tung en su poema, hasta que el emperador no prueba el té Yang hsieng: Los centenares de plantas no osan florecer